lunes, 19 de mayo de 2014

Las marcas de la ira

Se cuenta que un niño estaba siempre malhumorado y cada día se peleaba en el colegio con sus compañeros. Cuando se enfadaba, se abandonaba a la ira y decía y hacía cosas que herían a los demás niños. Consciente de la situación, un día su padre le dio una bolsa de clavos y le propuso que, cada vez que discutiera o se peleara con algún compañero, clavase un clavo en la puerta de su habitación.
El primer día clavó treinta y tres. Terminó agotado, y poco a poco fue descubriendo que le era más fácil controlar su ira que clavar clavos en aquella puerta. Cada vez que iba a enfadarse se acordaba de lo mucho que le costaría clavar otro clavo, y en el transcurso de las semanas siguientes, el número de clavos fue disminuyendo. Finalmente, llegó un día en que no entró en conflicto con ningún compañero.
Había logrado apaciguar su actitud y su conducta. Muy contento por su hazaña, fue corriendo a decírselo a su padre, quien sabiamente le sugirió que cada día que no se enojase desclavase uno de los clavos de la puerta. Meses más tarde, el niño volvió corriendo a los brazos de su padre para decirle que ya había sacado todos los clavos. Le había costado un gran esfuerzo.
El padre lo llevó ante la puerta de la habitación. “Te felicito, estoy muy contento y orgulloso de ti.”, le dijo. “Pero fíjate en los agujeros que han quedado en la puerta, aunque la intentemos arreglar, nunca volverá a ser la misma. Cuando entras en conflicto con los demás y te dejas llevar por la ira, Las cosas que decimos dejan heridas en el corazón muy similares a estos hoyos. Aunque en un primer momento no puedas verlas, las heridas verbales pueden ser tan dolorosas como las físicas. No lo olvides nunca: la ira deja  cicatrices en nuestro corazón”.

El niño jamás olvidó lo que le enseñó su sabio padre aquel día. Cada vez que estaba a punto de ceder a la rabia y al mal humor, recordaba la trabajosa tarea de los clavos y los hoyos dejados en su puerta. Entonces elegía la calma y actuar movido por el amor. La tristeza lo invadía sólo con pensar que su furia y egoísmo podrían ser los responsables de los agujeros del alma de las personas a las que amaba.